¿No Tienes Dinero? Entonces Lárgate: El Infierno Urbano de la Arquitectura Hostil

En las últimas décadas, nuestras ciudades han sido transformadas en un espectáculo de exclusión y deshumanización. La arquitectura hostil, esa sombría tendencia del diseño urbano que pretende moldear el comportamiento humano a través de mobiliarios incómodos, picos anti-vagabundos y bancos imposibles, ha dejado claro su verdadero objetivo: expulsar a los no deseados de los espacios públicos. Pero, ¿a qué costo? Desde México hasta Brasil, pasando por diversas urbes de América Latina, el panorama es desolador.

Un diseño urbano para excluir, no para convivir

En la Ciudad de México, el Zócalo, un lugar que debería ser símbolo de unión y comunidad, se ha convertido en una plancha de cemento que solo exacerba el calor y desincentiva la permanencia. Este es solo uno de los ejemplos más grotescos de una ciudad que, en lugar de ser un espacio de convivencia, prefiere incomodar a sus propios ciudadanos.

Según cifras de la Secretaría de Bienestar e Igualdad Social (SEBIEN), más de mil personas en situación de calle enfrentan estas infraestructuras. Bancos con divisores, jardineras con picos y zonas públicas sin sombra se presentan como soluciones para un «problema» que no aborda las causas subyacentes: la pobreza, la falta de vivienda y la exclusión social.

¿Limpieza social o negligencia gubernamental?

La arquitectura hostil no es solo un problema de diseño, es una herramienta de segregación social. Este tipo de urbanismo perpetúa la idea de que ciertos grupos —las personas sin hogar, los jóvenes que hacen skateboarding o incluso los peatones comunesno tienen cabida en la ciudad a menos que paguen por estar allí. En el caso de México, el parque La Mexicana en Santa Fe ilustra esta dualidad: un lugar aparentemente público, pero en el que la sombra y los asientos cómodos solo están disponibles si consumes en un establecimiento privado

Esta exclusión no solo afecta a las personas más vulnerables. Como argumenta el sacerdote brasileño Júlio Lancellotti, defensor de los derechos de las personas sin hogar, estas infraestructuras degradan la ciudad para todos. La falta de sombra, la incomodidad y la imposibilidad de socializar en el espacio público también impactan a los niños, las personas mayores y las personas con movilidad reducida.

¿Hacia dónde vamos?

Es imposible ignorar la creciente desconexión entre nuestras ciudades y sus habitantes. La implementación de elementos hostiles no es una solución; es un parche que agrava las divisiones sociales y refuerza la aporofobia, ese rechazo visceral hacia los pobres. Si seguimos por este camino, nuestras ciudades dejarán de ser lugares de encuentro para convertirse en espacios de exclusión, donde solo quien pueda pagar tendrá derecho a sentarse, a descansar o simplemente a existir.

Es hora de repensar nuestras prioridades urbanas y exigir un diseño que incluya a todos, sin importar su nivel socioeconómico. La lucha contra la arquitectura hostil no solo es una batalla por la justicia social, es un grito por recuperar nuestras ciudades como espacios verdaderamente humanos.

Pero alguien se a preguntado

¿cómo suenan los arquitectura hostil?

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